miércoles, 29 de septiembre de 2010

Qué me queda sin tenerte...

“Sentado en lo alto del tejado
donde no espero a nadie
miles de preguntas se amontonan
y tú no vas llegando.
Tu sin razón no sabe de nadie,
hoy el perdón no entiende de bailes.
Llevo varios días paseando
sin parar por tu mente,
busco la respuesta y no comprendo
tu forma de marcharte.
Qué voy hacer sin poder hablarte,
cómo volverte a ver, cómo inventarte

Qué me queda, sin tenerte
qué me queda, qué te llevas
si esta vida es lo que queda.
A qué esperas pa’ olvidarme
no me inventes mas desastres.
Si despojas mis verdades
qué me queda
qué te llevas
qué me queda
qué me dejas.

Pierdes la paciencia y yo la entiendo
pero no sé esperarte, cuento lo que queda
y sólo pienso dónde pude fallarte.
A dónde voy, a dónde vas,
vuelve a mi parte.
Cómo volverte a ver, cómo olvidarte.”

(“Qué me queda”, Antonio Orozco).

En los últimos días me he acordado mucho de ti, no sé realmente por qué, tal vez porque cuando intento ponerme a estudiar y tengo que desconectar de todo aquello que utilizo para no pensar se me viene a la cabeza tu recuerdo. He pensado en dejarte algún mensaje, preguntar cómo estás, desearte suerte para tus exámenes… no sé, quizás sea que hoy he visto una de mis películas favoritas (si no la que más) en la televisión: “La boda de mi mejor amigo”, tal vez sea que me ponen demasiado tonto estas películas a pesar de que sean las que más me gusten…


Para mí, esta imagen de arriba es de la mejor escena de la película, no puedo verla sin emocionarme tremendamente. Pero hay otra, ya casi al final, un diálogo que iba a poner en vez de una canción hoy aquí en el que Julianne (Julia Roberts) besa a Michael (Dermot Mulroney) después de decirle que le quiere y los ve la prometida de éste, Kimi (Cameron Diaz), quien sale corriendo al ver la escena y tras la que sale corriendo Michael quien, al mismo tiempo, es seguido también por Julianne. Justo después cada uno se monta en un coche (excepto Julianne que coge el camión del catering) y se produce la escena concreta a la que me refiero donde cada uno de ellos persigue a su amado. En plena persecución, Julianne llama por teléfono a un amigo para decirle que su plan no ha funcionado y le explica lo que sucede a lo que él responde:

- ¿Michael persigue a Kimi?
- ¡Sí!
- ¿Y tú persigues a Michael?
- ¡¡Si!!
- ¿¿Y a ti quién te persigue?? ¡Nadie!, ¿lo captas? ¡Ahí está tu respuesta!

Seguramente, muchos nos hayamos visto en medio de este tipo de “persecuciones”, corriendo detrás de tu amor cuando él o ella corría siguiendo al suyo, que no eras tú. A pesar de saber que no eres el elegido seguías corriendo, luchando por tus sueños, por conseguir lo que más quieres… en ese tipo de situaciones no valoras las cosas como lo puede hacer alguien desde fuera, no pareces ver que no es detrás de ti de quien corre la persona a la que amas o, simplemente, no quieres verlo y te agarras a cualquier resquicio de esperanza para seguir soñando… el problema es cuando ese sueño va convirtiéndose en algo más parecido a una pesadilla.

Después de aquella noche del 6 de diciembre empecé a sentirme desubicado de todo lo que rodeaba, me sentía un extraño en un mundo que me parecía demasiado grande y que me empezaba a asustar. Tal vez fuera porque hasta entonces y durante más de tres años pero, especialmente desde el mes de abril, mi mundo sólo fuiste tú. Pensé en esos días en que no sería precisamente lo que más me apetecería el tener que escuchar sobre el hecho de que tuvieras un “ligue” y la gente me dijera algo conforme se fuera enterando de un hecho que yo tuve el privilegio de saber antes que la mayoría por ti misma.

Preferí entonces volver a estar un poco desaparecido, no coincidir mucho contigo por el msn, tampoco tenía demasiadas ganas de salir el fin de semana porque no quería encontrarme a nada ni a nadie. A veces, incluso usaba una dirección de correo antigua donde no tenía a la tuya para conectarme, aunque me pareciera una tontería hacerlo, las otras ocasiones que usaba la mía siempre estaba como ocupado, así no veía quién entraba ni quién salía. Seguramente parezca un comportamiento demasiado infantil pero era lo que más convenía a mi corazón en aquel momento, pues en aquellos días me sentía un extraño en medio de este mundo, me sabía ausente en cualquier lugar en que me encontrara porque la cabeza estaba ocupada en otras cosas, en mostrarme una y otra vez el doloroso recuerdo de tu ausencia aunque, en realidad, quien había “desaparecido” era yo. Escondiéndome del mundo mientras veía cómo todo lo que había construido en mis sueños se precipitaba encima de mí y me iba devolviendo a la realidad mientras yo me iba sintiendo cada vez más y más pequeño…



En cualquier caso, pasa esa semana y, ya el fin de semana siguiente no aparezco tampoco demasiado por el msn ni tampoco salgo a la calle hasta el mismo domingo, que dejo puesto el Messenger con el estado diciendo que he salido a ver el fútbol fuera de casa. Estoy un par de horas fuera y cuando llego a casa es con el tiempo necesario para terminar de preparar la maleta para volver a irme para la ciudad, pues dentro de un rato vendrán a recogerme mis amigos en el coche. Cuando llego al ordenador veo que me has saludado y te respondo, pero no me da tiempo a hablar mucho porque me pita un coche desde la puerta de casa y me tengo que ir corriendo. Te mando algunos sms por el camino y tú me respondes diciéndonos simplemente tonterías. Al llegar al piso y haber arreglado todas mis cosas allí me conecto al tuenti desde el móvil y te digo alguna tontería, por hablar de algo, acerca de que el estado que tienes puesto me lo iba a poner yo y te pregunto que si vino ayer tu hermana de Inglaterra. Tu respuesta es preguntarme quién soy, que sólo te suena mi nombre… ya sé que es en plan broma, pero conforme vamos “hablando” algo me respondes a veces que no me recuerdas con tantas “ganas de guasa”, que tal vez sea del tiempo que llevamos sin hablar, cuando yo lo que pretendo es aparentar normalidad sabiendo que realmente me alegra saber de ti pero que en este momento no me hace demasiado bien ni siquiera el saberlo, porque me hace entristecer, porque me recuerda que el sueño es sólo eso, un sueño imposible, porque me recuerda que sigo dando más de lo que puedo por ti aunque ahora, menos que nunca, puedas apreciar lo difícil que es para mí todo esto. Me preguntas que cuándo nos veremos un día por allí, no sé ni siquiera para qué me haces esa pregunta aunque te digo que cuando tú quieras, que eres tú quien siempre está ocupada. Incluso me cuentas que ya no pasas por mi puerta para ir a clase, que coges por otro camino que dices que es más corto cuando no es así aunque, bueno, es evidente que lo haces para que no nos encontremos. No hablamos mucho más, cuando me doy cuenta es muy tarde y me voy a dormir, aunque tampoco consigo dormir demasiado porque no puedo evitar sentir una sensación de miedo constante. Siento que lo que más quiero en este momento es correr a verte, a pesar de que llueva, eso es lo de menos, correr a tu ventana y gritarte cuánto te quiero mientras tú me observas como loca de contenta antes de bajar corriendo con la más iluminada de tus sonrisas… pero parece que todo eso empezó a perder su sentido o su credibilidad incluso para el mundo de mis sueños, que cada día la lucha será enterrar con un poco más de fuerza dentro de mí cada uno de esas palabras que nunca te pude decir y que, ahora, tampoco es el momento de poder decirte “te quiero”.


Pero la vida seguía fuera de mí y el mundo no iba a detenerse a esperarme, ese mismo fin de semana había comentado en casa mi intención de presentarme el día 18 a una prueba de idiomas que formaba parte del proceso para la beca de intercambió que había echado hacía unas semanas y tampoco fue aceptado con gran alegría el hecho de que yo pudiera irme un año al extranjero, solo y lejos de casa. Es por todo ello por lo que esto fue un añadido a lo que ya tenía en mi cabeza durante las 24 horas del día para dedicar el día a pensar o, dicho en otras palabras que se aproximan más al hecho, a “ralladeras mentales”. Pensé entonces que ni siquiera debería presentarme a este examen para la Erasmus, aunque hubiera una parte de mí que me decía que lo hiciera porque podría ser algo que me ayudar o, dicho en otras palabras, algo así me vendría muy bien para espabilarme (no sé cuántas veces habré oído eso…). Aparte de un amigo del pueblo, una de la facultad, de haberlo comentado con compañeros de piso y, ahora, habiéndolo dicho en casa a mis padres, nadie más sabía nada de esto y tampoco se servían de mucha ayuda las cosas que me pudiera aconsejar, sobre todo, porque tampoco hacía caso de ningún argumento basándome luego, en mis ratos reflexionando a solas, que ellos no vivían mi vida, no podrían imaginarse lo difícil que se me hacía cada cosa por mínima que fuera y que, seguramente, esto de la Erasmus, también podría terminar convirtiéndose en un problema para mí, que tan grande me parecía todo en un mundo que giraba demasiado deprisa alrededor mío, cansado y, a la vez, asustado de sus inesperados giros para un soñador como yo, giros que me devolvían a la realidad, que era el lugar donde no quería aparecer en esos momentos.

Finalmente hice la prueba, mal y rápido, pero repitiéndome que siendo así las cosas, dejándolas a su ritmo poco a poco, sería lo mejor para mí. El tiempo pasó también y en ese mismo fin de semana tampoco hablamos nada, es más, sólo te vi el sábado por la noche pero no estuve contigo apenas tiempo. Tampoco sabía muy bien de qué hablar contigo porque, realmente, el simple pensamiento de poder encontrarme contigo me daba miedo. Quizás sea por ello por lo que pensé que lo mejor sería cualquier tontería que sirviera para aparentar normalidad y creo que ni siquiera llegamos a hablar nada, simplemente pasando te di una torta en plan broma, a pesar de que sabía cuánto te enfadaban aunque no pretendiera eso, simplemente fuera mejor cualquier tontería de estas para comenzar en ese momento o en cualquier otro una conversación de frases sin sentido, de decir tonterías para reírnos o, simplemente, decirme como si estuvieras enfadada cualquier cosa. Pero no fue ese el efecto que tuvo ni por asomo. La aparente normalidad sólo duró el tiempo que estuvimos separados, en el momento en que te vi sentí temblar todo mi cuerpo y deseé salir corriendo a casa, el simple hecho de recordar todo lo doloroso que habían sido los días anteriores e, incluso, los meses anteriores o los años, hacía que mi pena me fuese devolviendo repentinamente a esa realidad que tanto miedo me daba. Tú, estabas distante, sabía perfectamente que te habías dado cuenta de que, a pesar de que nuestro medio de comunicación por excelencia durante 4 años (el Messenger) no estuviera a mi alcance durante el tiempo que yo estaba en la ciudad, tampoco los fines de semana estaba muy “disponible” para hablar con alguien. Imaginabas un por qué en el hecho de que últimamente apenas recibieras un toque mío o un mensaje, salvo en ocasiones en que lo hacía, precisamente y como en todo lo demás, como si no pasara el tiempo (que, aunque a mí se me hiciera eterno el transcurrir de los días, tampoco llegaron a pasar ni dos semanas), hablándote de cualquier cosa, tonteando o picándote por cualquier tontería para reírnos un poco en esos momentos en que nadie podía ver mis lágrimas. Tal vez no tuviera nada que decir porque lo que más deseaba eran precisamente las palabras que no podía pronunciar.


Tal vez no era la mejor ni la forma más madura de comportarse, pero era la única forma que creía que podía ayudarme a intentar curar un poco una herida que había dejado un hueco demasiado grande en mi pecho. Sólo podía dejar pasar el tiempo, que para mí lo hacía muy lentamente y convirtiéndose en algo cada vez más pesado de llevar, haciendo de una sonrisa una carga que no deseaba portar en mi rostro pues era algo que, después de tanto tiempo, también formaba parte de algo irreal, del mundo de mis sueños, del amor imposible, de aquellos cuentos de príncipes azules y princesas que nadie veía más que yo y que no me importaba hasta entonces, cuando todo se derrumbaba sobre mí y ya no tenía ganas de soñar pues todos mis sueños eran ahora pesadillas. Porque me había dado cuenta de que corría detrás de un amor que no era a mí a quien seguía pero que, a pesar de todo, mi corazón le seguía repitiendo a mi cabeza (a pesar de que a estas alturas no gozaran de mucha credibilidad ante ella sus sentimientos pues la razón parecía la única fuente de verdad en todo esto) que debía seguir corriendo tras mis sueños, tras el amor de mi vida...